18/6/12

No es una tontería

"Una dola, tela catola..."

Estaba jugando a la comba y esperaba la última de la fila mientras cantaba con las demás niñas de mi edad.

"...estaba la reina, en su gabinete..."

Hacía mucho frío, pero con la bufanda nueva que me había comprado mamá estaba muy calentita.

"...vino Gil, apagó el candil..."

Oí un ruido. Me giré con curiosidad y dejé de cantar. Ninguna de las niñas se giró, y ninguna de ellas vio una silla tirada y unos niños muy grandes rodeando uno más pequeño.

-¡Es mi merienda! -se quejó el más pequeño escondiendo su bolsa en la espalda.

No oí lo que dijo el más grande, pero parecía gracioso porque todos se rieron. Todos menos el niño rubio.

-Sarah, te toca -me dijo la niña que daba a la comba.

-Ah, sí -contesté medio ausente.

Salté las dos siguientes sin problema.

"...cuenta las veinte..."

Me volví a poner en la fila. Era muy buena, nunca fallaba. Volví a mirar a donde estaba el niño rubio, y esta vez estaba en el suelo, solo, sin su bolsa de la merienda. Estaba muy serio, pero no lloraba, y se levantó para sentarse en uno de los bordillos del patio.

"...policía, ladrón..."

Metí mi manita en el bolsillo de mi abrigo y saqué las galletas de dinosaurio que me había preparado mamá. Me lo estaba pasando tan bien que me había olvidado de que las tenía, ni siquiera tenía hambre, y volví a mirar al niño.

"...uno, dos..."

-Ya no juego -le dije a la niña que tenía al lado.

-¿Por qué? -me preguntó confusa. ¿¡Cómo no quería jugar a algo tan divertido!?

-Ya no quiero -contesté, y me fui.

"...cinco, seis..."

Las niñas siguieron jugando, como si no se hubiese ido nadie.

-Hola.

El niño rubio levantó la cabeza y sonrió. ¿Por qué sonreía? Ya no tenía merienda.

-Hola.

-¿Quieres? -pregunté enseñándole las galletas envueltas en papel de aluminio -Están muy ricas, y tienen forma de dinosaurio.

El niño sonrió aún más.

-¿Por qué?

No entendí la pregunta, yo ya habría dicho que sí.

-Porque yo no quiero y tú no tienes merienda.

-Vale, gracias -aceptó por fin extendiendo la mano con la palma hacia arriba.

Esperé a que las agarrase y se las quedase.

-¿No las cojes?

-Estoy esperando a que me las des.

Puse las galletas en su mano pensando que era raro, muy raro, y se lo dije.

-Eres raro.

-Tú también.

-Yo no soy rara.

-Sí que lo eres.

-Tú no paras de sonreír.

-Y tú no sonríes nunca.

Me quedé callada. Era el primero que me lo decía. Aunque fuese raro me caía bien, y eso que no había cogido mi merienda hasta que se la había dado.

-¿Por qué sonríes todo el rato? -vuelve a sonreír, pero no responde -¿No lloras nunca?

-¿Para qué? Mi mamá me enseñó que no hay que llorar por tonterías.

Hubo un pequeño silencio entre nosotros.

-¿Quieres ser mi amigo? -se me ocurrió preguntarle.

No dudó ni un segundo.

-Vale.

-¿Cuántos años tienes?

-Siete.

¡Estaba hablando con uno de los mayores! Pero no era tan grande como lo parecían los demás.

-¿Jugamos a las palas? -preguntó él.

-Es un juego de bebés, yo ya soy mayor.

El niño rubio se rió.

-Oye, no te rías -me quejé frunciendo el ceño.

-Yo soy mayor que tú, ¿no?

Me volví a quedar callada, y pensé en ello. Sí, tenía razón, y así jugábamos los dos.

-Vale, voy a por un cubo y una pala.

-Y yo a por un cubo y un rastrillo.

-Los rastrillos no sirven para cavar.

-Pero sí para escarvar.

-Eres raro -le volví a decir.

El niño simplemente sonrió.

****

Sonó el timbre anunciando el recreo y comencé a recoger con rapidez.

-Sarah, ¿tienes los deberes de Química?

-Sí -contesté, pero seguí metiendo libros en la mochila.

-¿Me los dejas -me pidió, sabiendo que si no lo hacía no se los daría -, por favor?

Le di el cuaderno abierto por la página de los deberes.

-¡Gracias! -exclamó alegre, y se alejó con el cuaderno abrazado contra el pecho.

Me levanté rápido y con prisa, y me dirigí a la puerta.

-¡Sarah! -exclamó otra chica justo antes de que saliese de clase.

Me giré molesta, pero no reaccioné de mala manera, simplemente esperé a que me preguntase, porque eso era lo que iba a hacer.

-Dime que has copiado los apuntes de Filosofía y que me los dejas.

-Sí y sí -contesté apresuradamente -. Están en mi archivador, clasificador naranja, primer folder. Con vuelta, ¿eh?

-Mañana sin falta -asintió antes de acercarse a mi pupitre.

Salí casi corriendo de clase. Llegaba tarde, me había distraído demasiado, y tenía que llegar a tiempo antes de que...

-¡JAJAJAJAJA! ¡Qué chiste más gracioso!

Esa risa estruendosa me congeló la sangre, y cuando crucé la puerta del patio mis temores se cumplieron. Otra vez esa escena que intentaba evitar desde entonces, otra vez esos chicos grandes que parecían gigantes al lado del niño rubio. Diez años después y yo sin poder hacer nada.

-Te lo voy a preguntar otra vez -dijo con un tono más serio -. ¿Me los vas a dar?

Su voz se escuchaba claramente a pesar de que estaba a diez metros de distancia y en medio de todo el barullo de los niños. Sin embargo no pude escuchar la respuesta del niño rubio, pero la supe en cuando el más grande se rió y los demás lo corearon.

-Pobre iluso -contestó con sorna justo antes de alargar la mano hacia la mochila del niño rubio.

Este fue más rápido y la escondió detrás de su espalda desafiante. La sonrisa del chico grande se desvaneció, y en sus ojos pude apreciar molestia.

-Dámelos -le ordenó.

Esta vez la voz del niño rubio se oyó desde donde me encontraba.

-No.

El desagrado en los ojos del chico grande se convirtieron en ira, y sin pensarlo dos veces fue directo al cuello de su camiseta, sin embargo el niño rubio pudo adivinar lo que pretendía hacer y lo esquivó echándose hacia atrás, pero los compañeros del chico grande lo interceptaron, impidiendo que escapase.

Entonces lo vi, un pequeño destello en su mirada que dio a conocer todas sus intenciones. Tuve unos pocos segundos para reaccionar justo antes de que sacase de su bolsillo un pequeño objeto metálico, cuyo brillo me hizo darme cuenta de que mi intuición era cierta.

En ese momento el tiempo se ralentizó, dándome la posibilidad de no perder detalle. La adrenalina hacía efecto, impulsándome a avanzar rápidamente antes de que recibiera el golpe. Estaba a punto de conseguirlo, fui capaz incluso de aprecia el cambio de expresión del chico grande de pura ira a incredulidad, y de pronto preocupación, dándose cuenta de las futuras consecuencias, pero ya era demasiado tarde.

Tarde para los dos. había conseguido empujar al niño rubio, pero en ese instante el reloj jugó en mi contra. Lo único que sentí fue frío, mucho frío, y las voces disminuyeron hasta volverse ininteligibles, como si estuviese atrapada en una pecera con miles de personas hablando en el exterior. El mundo empezó a girar. Alguien gritó mi nombre. Y cuando el mundo dejó de girar y pude sentir el suelo, también sentí el dolor, un dolor que me impedía respirar.

El niño rubio se interpuso en mi campo de visión, y colocó su mano en mi nuca, haciendo que mi cabeza se levantase levemente.

-Sarah, aguanta, no te preocupes, los profesores llegarán en seguida.

No le presté atención. En lugar de ello me percaté de las dos pequeñas y brillantes perlas que comenzaban a rodar por sus mejillas.

-Estás llorando... -susurré con dificultad.

-Esto no es una tontería.

No pude evitar sonreír, y mis párpados comenzaron a cerrarse poco a poco hasta que al final todo se volvió negro.

12/5/12

Creado por un móvil

La mejor fotografía que he hecho en toda mi vida, y probablemente la mejor que vaya a hacer en todos los días de mi existencia. Lo más sorprendente es que es una fotografía sacada con un móvil, sí, has leído bien, con un móvil, y con tan solo 3,2 mega pixels. ¿Cuál creo que puede ser la razón y una posible explicación? El objetivo del móvil. Sony Ericsson, según he escuchado, cuida mucho el tema de las cámaras y del sonido, pero no estamos aquí para hacer publicidad, sino para reconocer que, por un momento y un pequeño instante de mi vida me convertí en una pequeña fotógrafa aficionada que consiguió dar un paso al siguiente nivel, a pesar de que retrocedió varios pasos después.

Definitivamente echaré de menos a ese pequeño dispositivo de llamadas...

7/3/12

Suspiro


Esa sensación agradable de liberación cuando te quitas un enorme peso de encima con una simple exalación. Ese sentimiento gratificante que se obtiene mientras llenas tus pulmones de oxígeno en un intento de inundar cada uno de sus alveolos, y una vez sientes que en ellos ya no queda más espacio lo expulsas lenta y tranquilamente en un ligero hilo de aire templado. En ese momento, en ese preciso instante, todos tus músculo se relajan, el corazón, que se hubo ralentizado unos segundos, continúa latiendo a un ritmo más pausado, y tus pensamientos desaparecen dejándote la mente temporalmente en blanco, para más tarde volver a la realidad invadida de armonía.

Eso es un suspiro.